Vivimos en una sociedad con estereotipos de belleza que condicionan la mirada que tenemos sobre nosotros. Hacen que nos enfoquemos en lo que nos falta y no en que potenciemos lo que tenemos.
La belleza exterior es un reflejo del equilibrio interior, el cual es posible si el concepto que tenemos sobre nosotros es positivo. Para que esto ocurra es necesario apagar los altavoces que les damos a los demás y prender nuestro micrófono
Debemos empezar a vivir bajo nuestros propios parámetros, privilegiando lo que nos satisface sin importar si cumple con las expectativas de los otros. Las preguntas deben transformarse: ¿Cómo me veo yo?, ¿Cómo me siento yo?, ¿me siento a gusto conmigo?

Centrar la atención en nosotros no significa cancelar a los demás ni dejar de escuchar sus opiniones o consejos. Se trata de ser selectivos, de elegir las voces que incrementan nuestra seguridad, nos potencian y nos ayudan a analizar las cosas desde otra perspectiva.
Pero estas personas no son responsables de nuestras decisiones y acciones, son un apoyo en el proceso de conocimiento, el cual inicia reconociendo las emociones que sentimos. ¿Qué siento? es la pregunta inicial y apunta a nombrar la emoción: angustia, miedo, rabia, tristeza…

Luego, buscamos el origen de la emoción, que puede ser real o imaginario, y estar orientado al pasado, presente o futuro. Al determinarlo, ponemos la emoción en perspectiva, la empezamos a comprender, lo que permite pasar a la siguiente pregunta: ¿Qué es lo peor que puede pasar frente a esta situación?
Llegados a este punto es muy posible que lo que percibíamos como trágico ya no sea tan grave o que hayamos encontrado una solución que antes no veíamos. Hemos aceptado la emoción, nos hemos dado el tiempo de procesarla, y ahora, gracias a la razón, podemos enfrentarla de una manera distinta.
Este pequeño gran triunfo inicia un ciclo positivo. Nos sentimos en control de nuestras vidas y al reconocer el valor propio se fortalece la autoestima. Dejamos atrás las voces ajenas, estamos seguros y nuestro exterior lo refleja. Los demás no sabrán qué es lo que brilla en nosotros, pero será claro que la belleza ha trascendido el aspecto físico.